El caso es que me salió otra entrevista: teleoperador en los servicios de teleasistencia. Me dieron mal los datos de la oficina, llegué tarde y reventado de andar por la carretera de Burgos. Encomiable.
¿Cuando termine el verano seguirás con nosotros? Por supuesto (ni putas ganas)
¿Te gustan los viejecitos? Me encantan, creo que de mayor quiero ser uno (ni putas ganas).
El puesto es tuyo
Gracias Bwana.
Una semana de prácticas. Lo más aburrido del mundo. Un programa de ordenador que sólo un retrasado no podría entender. El sueño me embriagaba cada tarde. Incluso pensé no volver más y cobrar esa jodida semana de no trabajo. Pero necesitaba el dinero. No recuerdo una experiencia más desoladora - al menos las primeras semanas, que era cuando tenía que trabajar de verdad-. Una llamada tras otra. Y como soy un paranoico pensaba que me espiaban. Qué desastre. Las horas transcurrían lentas, muy lentas. Las historias de los ancianos eran deprimentes, me volvían a convencer de que la vida en sí misma era repugnante.
Todo cambió cuando decidí que no trabajaría más. Hacía 20 llamadas por hora, para que al final de la jornada cuadrara. Me lo monté para hacer microllamadas de 1 minuto, así a la media hora ya tendría mis 20 llamadas y el resto del tiempo podría jugar al buscaminas. ¡ Qué estrés !Las minipantallas ya me las había pasado y, si aumentaba la dificultad, corría el riesgo de que algún vampi-jefe me lo pillara. Luego me volví más descarado. Sacaba libros y demás. Era un empresa chorra hasta que empezaron a ponerse serios y la gente empezó a tomarse ese trabajo como si fuese su vida - para algunos lo era -. Entonces nos controlaban más. A pesar de eso me renovaron. ¡ Así da gusto, que te recompensen el trabajo bien hecho! Me dedicaba a hablar con la gente, con los que estaban al lado o con los que estaban lejos a través del teléfono. Yo creo que era el más tarado de los allí presentes, pero desde luego había más de una joyita esquizoide contratada. Supongo que mucha gente sabía que no la aguantaba y por eso me odiaban. O me odiaban por que sí, como experimento yo muchas veces.
Un sábado por la noche me comunicaron la tan temida y a la vez esperada noticia: No vamos a renovarte.
Vale -dije-. Debería haberle dicho: métete en el culo mi puesto jodida fracasada de mierda. A ver si te ascienden y te vas a orange a dirigir guatemaltecos casi tan analfabetos como tú. Pero no se lo dije, no tenía ni ganas. Además, ya sabían perfectamente lo que yo pensaba de ellos.
Y aquí acaba mi idilio en el sector de los mongolos.