
Dios, haz que apruebe. Si la semana que viene veo un aprobado en el tablón, dejaré de dudar de ti (perdón, de usted, aunque quizá me permitas tutearte por todo lo que nos une). Dejaré de afirmar que los argumentos de los creyentes son circulares. Que son absurdos. Que con esos mismos argumentos lógicos se puede demostrar que no eres otro sino Supermán. O Donkey Kong. Dejaré de decir que "omnisciente" y "omnipotente" son términos que jamás podrán ir juntos en una misma entidad. Dejaré de reirme de los parapsicólogos. Dejaré de pensar que cuando mueres te pudres, y ya está. Tampoco me reiré cuando me hablan de la dualidad mente-materia. O de que la energía ni se crea ni se destruye y que por tanto existe la vida después de la muerte. La Virgen María dejará de ser una promiscua con amnesia retrógrada para mí. Jesús no será un desgraciado más. Santo Tomas de Aquino...bueno este, permíteme en tu infinita sabiduría, que siga pensando que tiene un morro que se lo pisa.
Todo esto, dejaré de hacerlo señor, si me apruebas. Incluso dejaré de contar el chiste de Jesús sobre las aguas, o ese del cura pedófilo que tanta gracia me hace.
No dejaré de cagarme en ti, pues esto es como la Semana Santa, más tradición que devoción.
Cuídate, recuerdos a los angelitos de las esquinitas de mi cama, y que Dios te bendiga ¡ay! No, que si no volvemos al argumento circular.
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